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jueves, 27 de octubre de 2011

Menos monólogo y más conversación

Hoy vivimos tiempos de auténtica incertidumbre, en los que todo y todos estamos cuestionados permanentemente. La comunicación y la des-comunicación conviven en las redes sociales, un territorio en el que todo vale, incluidas aquellas cosas tan detestables como la mentira y el insulto fácil.

El futuro está ahora más emborronado que nunca. Pensar a largo plazo es un ejercicio de adivinación propio de tarotistas y quirománticos, y no de la planificación y la ilusión que practicábamos en otra época, no muy lejana pero que nos resulta de otro siglo.

La política y sus instituciones están en el ojo del huracán, ya no sólo por no controlar a ese gran monstruo amorfo y global que es el capitalismo, sino por creer que podíamos convertir a la fiera en un animal doméstico que cuidaría de la casa y de todos sus habitantes. Y la peor de las consecuencias posibles es que el ciudadano ya no cree que la solución venga del actual sistema político, porque la imagen que se está ofreciendo es la de la indecisión, la de perpetuar un sistema que ha demostrado que es injusto e indomable.

Aunque no es cierto que todos los políticos y partidos políticos seamos iguales, ni que detrás de toda pancarta esté el pueblo, hemos perdido nuestra capacidad de escucha, nos abrazamos al palo de la bandera, cada uno a la suya, y cuando no la enarbolamos para ensalzar nuestras posiciones, utilizamos el palo para “arrearle en la cabeza al otro”, cuando los gritos e insultos dejan de ser efectivos.

Hace poco leía que “un diálogo en el que no nos escuchamos los unos a los otros se transforma en un monólogo”, y por desgracia, en política, aquí y allí, los unos y los otros, es lo que se suele practicar, el monólogo.

El monólogo requiere de dos partes, el monologista y su público, donde el grueso del mismo es unidireccional, y esto no es ni bueno ni lo que debería ser en política.

La política y hoy más que nunca, necesita de la conversación, una conversación debe reunir unas mínimas condiciones; en primer lugar los participantes se deben reconocer como iguales y se debe asumir por las partes la capacidad y la voluntad de convencer y ser convencidos, que podemos estar armados de razones, pero no de todas y no todas son necesariamente las correctas.

Los diálogos no se imponen, no se inician con un insulto, no se coacciona ni se amenaza, eso es otra cosa, algo que nunca funciona y particularmente hoy no necesitamos ni sirve para salir de este lio en el que estamos metidos.

La política en Badia, Catalunya; España, Europa o el mundo, necesita tiempo y espacio, hoy más que nunca debemos cultivar el diálogo frente al monólogo, el encuentro frente al desencuentro, el futuro frente al pasado, la salida de todo esto frente al quién tiene la culpa, el cambio frente al estancamiento, la madurez frente al tactismo en las organizaciones políticas, sociales y ciudadanas.

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